Domingo por la mañana
Aquel era el momento esperado por su hijo Francisco, que tenía sólo seis años, pero manifestaba ya una inclinación por la medicina y la cirugía. Francisco tomaba el paquete de algodón hidrófilo, la botellita de alcohol des naturalizado, el sobre de los esparadrapos, entraba al baño y se sentaba en el taburete a esperar.
— ¿Qué hay?, pregunta el señor César, enjabonándose la cara.
Los otros días de la semana se afeitaba con la máquina eléctrica, pero el domingo usa todavía el jabón y las cuchillas. Francisco se torcía en el pequeño asiento, serio, sin responder.
— ¿Entonces?
— Bien –decía Francisco- puede ser que tú te cortes. Entonces yo te curaré.
— Ya –decía el señor César.
— Pero no te cortes a propósito como el domingo pasado –decía Francisco severamente-, a propósito no vale.
— De acuerdo –decía el señor César.
Pero cortarse sin hacerlo aposta no lo lograba. Intentaba equivocarse sin quererlo, pero es difícil y casi imposible. Hacía de todo para estar distraído, pero no podía. Finalmente, aquí o allá, el corte llegaba y Francisco podía entrar en acción. Secaba el hilo de sangre, desinfectaba, pegaba el esparadrapo. Así cada domingo el señor César regalaba un hilo de sangre a su hijo, y Francisco estaba convencido de ser útil a su distraído padre.
LAS MONJAS VIAJERAS
Un día las monas decidieron hacer un viaje de aprendizaje. Camina que camina, se pararon y una preguntó:
— ¿Qué es lo que se ve?
— La jaula de un león, el estanque de las focas y la casa de la jirafa.
— Qué grande es el mundo y qué instructivo es viajar.
Siguieron el camino y se pararon sólo al mediodía.
— ¿Qué es lo que se ve ahora?
— La casa de la jirafa, el estanque de las focas y la jaula del león.
— Qué extraño es el mundo y qué instructivo es viajar.
Se pusieron en marcha y se pararon sólo a la puesta del sol.
— ¿Qué hay para ver?
— La jaula del león, la casa de la jirafa y el estanque de las focas.
— Qué aburrido es el mundo: se ven siempre las mismas cosas. Y viajar no sirve precisamente para nada.
Claro: viajaban, viajaban, pero no habían salido de la jaula y no hacían más que dar vueltas en redondo como los caballos del tiovivo.
Gianni Rodari, Cuentos por teléfono